Principios pedagógicos

Nuestra fundamentación surge principalmente de las indicaciones antroposóficas aportadas por el Dr. Rudolf Steiner sobre la naturaleza esencial del ser humano y específicamente de los primeros tres años de vida.

Es el ambiente de un núcleo familiar natural, reducido y hogareño, el que propicia debidamente el amplio y sano desarrollo del niño menor de tres años. Sólo una atención verdaderamente individualizada, amorosa y maternal, hace posible el sano y pleno desarrollo físico, afectivo, social e intelectual del niño pequeño.

En los tres primeros años de vida del niño, tienen lugar los tres grandes pilares del ser humano, base de todo el futuro desarrollo de las capacidades verdaderamente humanas: andar, hablar y pensar.  El despliegue pleno y armónico de estos grandes logros está en gran parte determinado por el ambiente en el que el niño está inmerso. Sólo el contacto afectivo íntimo y directo con otro ser humano (figura materna) hace que en el niño se despierten de forma natural estas tres potencialidades.  Así mismo, las bases del posterior desenvolvimiento social se establecen sobre el principio de calidad y no en el de cantidad. El pequeño no tiene las fuerzas sociales a disposición todavía como para poder asumir un colectivo de iguales.   El ambiente de hogar y de familia es el núcleo social ideal para el menor de 3 años; en realidad es el único que puede asumir dignamente.

Imagen486En el pequeño, lo físico, lo anímico y lo espiritual forman una unidad, de ahí que todas las influencias físicas y anímico-afectivas del ambiente marcan su desarrollo con una gran repercusión global de orden formadora. El amor y el afecto son absolutamente imprescindibles a esta edad. Por si esto fuera poco, en el organismo físico del niño, se dan cambios importantes tanto de crecimiento como de funcionalidad.  Este despliegue corporal está determinado fundamentalmente por las influencias físicas en las que el niño está inmerso: calidad y cualidad de los alimentos, higiene, calor, protección, ritmos saludables, posibilidad de expresión y experimentación a través del movimiento, contacto con la naturaleza, etc.

Considerando que el niño es un gran órgano sensorial que se impregna imitando y conformándose a través del ambiente, es correcto decir que educamos no interviniendo directamente sobre el niño, sino a través de las influencias suaves ambientales y del clima afectivo que generemos.

Lo motriz, base del desarrollo del lenguaje y del pensamiento, se nutre de la acción, del intercambio del propio cuerpo con todo lo físico. De ahí que, por encima de todo, debe primar que el niño pueda desarrollar lo más posible, a través del juego libre, su propia voluntad de actuar.  Lo que el niño interioriza del ambiente lo exterioriza a través de su libre actividad, y de sus acciones en el mundo físico se generan las bases necesarias para la posterior transformación en habilidades de orden superior.